Entrevista a Octavio Calvo

ENTRE EL INFIERNO Y EL CIELO.

 

por Jorge Brizuela Cáceres

 

El autor del polémico mural que se instalaría en la Catedral riojana y donde aparecen personalidades políticas cuenta su visión del arte, la vida y la actualidad. Una perspectiva que hace falta sobre un tema que aún no termina. Y reconoce que una galería se lo quiso comprar aunque el no accedió.

 

No había mucha confianza de mi parte –y creo que tampoco de la suya- hasta que comenzamos a dialogar. El autor del polémico mural -que fuera noticia nacional a raíz de la inclusión de protagonistas bastante actuales de nuestra provincia- es un hombre de mediana estatura, una cabellera poco abundante y bastante canosa, barba y bigote, anteojos bajos, vestimenta bastante común, sin estridencias. Habla bien –y sabe de lo que habla-, pero observa a cada rato el papel –sobre todo porque me excusé de usar el grabador-, y no tiene problemas en mirar a los ojos.

No tiene muchas vueltas, ni para decir ni para hacer. Octavio Calvo es ex estudiante de arquitectura, empresario, pintor, esposo y padre de familia. Octavio nació hace unos cincuenta años en el barrio porteño de Villa del Parque, hijo de un funcionario bancario, emigró muy pequeño a Uruguay. Del otro lado del Plata, entre idas y vueltas a razón del trabajo de su padre, decidió estudiar arquitectura, pero se llevaba mal con las matemáticas.

Este porteño que desde 1960 vivió en Punta del Este –cuando la ciudad veraniega era apenas un pueblo de mar- y que a mediados de los ‘70 dibujaba a las chicas bonitas que se aparecían por las playas uruguayas, reconoce haber estudiado con Leonel Pérez Molinari y Roberto Garino, pintores uruguayos que lo guiaron en sus primeros pasos.

Octavio tuvo en fortuna o desgracia ingresar al servicio militar el 24 de marzo de 1976, en la Marina, y salir 14 meses más tarde. Allí convivió “por primera vez con gente que no sabía ni leer ni escribir”, una experiencia que lo conectó con otro mundo que desconocía. Y en 1977 conoció a quien sería su esposa, una estudiante de antropología cordobesa con quien tendría 4 hijas. “todas casadas o de novias con riojanos, así que imaginate que ya tengo nietos riojanos, ya soy de aquí”.

Y este empresario audaz, que conoció varios rubros comerciales y de servicios, volvió a comenzar varias veces cuando la Argentina caía en sus crisis económicas, y llegó en 1996 a La Rioja, a vender teléfonos celulares. Fue el fundador y propietario junto a sus familia del bar El Infierno, en la esquina capitalina de Yrigoyen y Santa Fe, una propuesta innovadora en nuestra ciudad. El Infierno fue un clásico “pub” que durante algún tiempo le dio aire de ciudad a la noche riojana. Y le permitió a Octavio y su familia empezar una vez más en la Argentina de las fracturas y continuidades.

“La pintura es plasmar un sentimiento” define Calvo, y reconoce que “antes que escribir, que no sé hacerlo muy bien, prefiero pintar para expresar lo que siento”. “A mí me encargan definitivamente el mural el día que (monseñor Fabriciano) Sigampa se va de La Rioja. Me atendió a mí y había un montón de periodistas esperándolo”. A Octavio le gusta La Rioja, porque para él es como Macondo, el mítico pueblo que Gabriel García Márquez describiera en “Cien años de soledad”. “Esto es realismo mágico, es un pueblo maravilloso, sobre todo en el interior” cuenta quien llevó por primera vez los teléfonos celulares a muchos lugares la provincia. “Aquí podés dormir con las puertas de la casa abiertas” dice casi emocionado, mientras reclama que quiere “pintar de la forma en que yo veo a esta sociedad”.

“Yo vi a un presidente en medio de una procesión, a un senador caminar por la calle. Lo que pinto es lo que veo, no lo invento” expresa aún sorprendido el artista. “Los medios de Buenos Aires y algunos riojanos me faltaron el respeto, me llamaron de radio M… y me dijeron que no tenía que pintar a cierta gente… No se puede censurar el arte” relata con cierta bronca e incredulidad. “Hay mucha gente que habla y ni siquiera vio el cuadro, no saben de qué se trata”, dice Octavio y agrega que “los periodistas hacen su negocio, pero no pueden hablar de lo que no conocen”. Reconoce que recibió presiones de todo tipo, “hasta gente que me dijo que pinte a personas que no estuvieron cuando vino la Virgen del Valle a visitar a San Nicolás” y reitera que “no voy a cambiar lo que ya pinté, ni voy a agregar a nadie que no estuvo”.

“Yo soy anarquista” se define ideológicamente Octavio, al tiempo que dice que “no creo en nadie en política, y ni siquiera en esto, y, sin embargo, nunca me fui del país”. Cuenta el artista que hizo “tres bocetos hasta que puse algo que les gustó a todos”, pero tuvo que sacarlo de la pintura a su padre “porque no quería estar al lado de cierta gente, y me puse yo”.

Octavio expresa muy calmo que “Yo vendí la obra, pero el contenido es mío, y nadie lo va a cambiar”, aunque reconoce que “tuve que ponerlo al Papa (Juan Pablo II) porque me lo pidieron muchas veces, y ahí está, saludando”. Me invita sin invitarme, hasta que se lo pido, y vamos a ver la obra. Entra primero él solo y luego me hace ingresar a mí por el frente de lo que era la “santería” de la Catedral. Y veo por fin completo el famoso mural, una tela sobre un bastidor que supera dos veces en altura al pintor.

En la obra se destaca un cielo atardecido en rojos y amarillos, las imágenes de la Virgen del Valle y San Nicolás de Bari, y un profuso gentío. En una mezcla de hiperrealismo y figurativismo, con desproporciones utilizadas adrede, se observa a la izquierda las figuras de cuatro obispos: el de Catamarca, monseñor Witte, monseñor Sigampa y el obispo de La Plata. Y a la derecha el gentío, la muchedumbre humana: Héctor Montiel –y un sacerdote catamarqueño que se le parece físicamente-, Carlos Menem sonriente –“todavía no había muerto su hijo” me explica-, un joven Ángel Maza, Luis Beder Herrera, Miguel Ángel “Lito” Asís –“después me enteré que él había sido uno de los del riojanazo” dice Calvo-, el padre Pocho Brizuela, Bernabé Arnaudo, Luis María Agost Carreño, Alberto Paredes Urquiza, policías, monjas, curas gauchos, gente común, alféreces, allys, “y un gordito de espaldas que representa al pueblo”.

“Así es La Rioja” digo, sorprendido por la visión “macondiana” de esa procesión. Y él afirma: “eso quise pintar, La Rioja”. Y el pintor de playa en Punta el Este, el estudiante de arquitectura que odia las matemáticas, el empresario constructor, el vendedor de celulares, el dueño del bar Infierno, el hombre enamorado desde hace 30 años de una cordobesa, el padre de cuatro hijas casadas o de novias con riojanos; Octavio, el artista y el hombre, se queda inmóvil ante su obra aún inconclusa. “No lo puedo terminar todavía, y ni siquiera sé si lo van a poner en la Catedral” dice con bronca y algo de frustración.

Sobre el final le pregunto a Octavio cuanto le pagaron: “No te voy a decir, pero me alcanzó para los materiales y para hacer una exposición en Buenos Aires. Ya no me queda un peso de lo que cobré”. Al parecer el pago, como la obra, no están concluidos.

Cuenta con sorpresa que le pidieron que incluya “a Angelelli y a otros mártires, pero ellos no estuvieron, no puedo ponerlos si no estaban, sería mentir”, al tiempo que cuenta que tuvo que buscar muchas fotos para representar fielmente a los personajes presentes. “Hasta hay un gato, porque seguro que hubo un gato en algún techo viendo la procesión” dice Octavio y se ríe, como muchas veces, con los ojos chiquitos y la boca cerrada.

Y cuenta, casi sorprendido, que algunas galerías le ofrecieron cientos de miles de pesos por la obra, a lo que se negó. “Si la Iglesia y el nuevo obispo no quieren esto como está, hago otro cuadro, de otra forma, pero no voy a cambiar lo que ya hice, porque esta es mi visión de ese momento histórico (…) Por respeto, ese respeto que ya no hay y hace falta”.-

 

Acerca de Jorge Brizuela Cáceres

Perito Mercantil – Bachiller (Instituto Privado Pío XII – La Rioja, 1991), Licenciado en Comunicación Social (UN de Córdoba – 1998) y graduado del Programa de Gobernabilidad, Gerencia Política y Gestión Pública (IFG-UC de Córdoba – 2014). Ex subgerente de Medios de la Municipalidad del Departamento Capital (Provincia de La Rioja). Dos veces director de Radio Nacional La Rioja (2000-2003 y 2016-2020). Docente de los institutos Ing. Otto Krause (miembro red INET) y Prof. Alberto Crulcich (adscripto ISER). Periodista multimedia y comunicador institucional. Fundador del Colegio Profesional de Comunicadores Sociales de la Provincia de La Rioja.
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Una respuesta a Entrevista a Octavio Calvo

  1. Angi dijo:

    ¿Qué se siente estar muerto?
     
    Qué se siente estar muerto abuelito ?.
    El niño no entendía lo que ocurría a su alrededor, ¿Por qué aquel hombre de barba blanca estaba dormido cuando toda la familia estaba en la casa? ¿Por qué no contestaba sus preguntas como siempre? Su piel estaba muy fría y el nunca dormía boca arriba para no roncar; algunas tías lloraban porque estaba muerto; pero ¿qué es eso?

    …mi abuelito me diría, siempre lo hacía.

    ¿Pero qué no era él, en su cama?
    ¿Por qué sentía en su mano otra vacía, pero pesada como siempre, solo fría.
    Su papá se acercó y la abrazó fuerte, fuerte.

    -¿por qué lloras papi?- qué es estar muerto? Mi abuelito no me quiere decir.
    – Tu abuelito se fue a un viaje muy largo hijito.

    Pero, si esta aquí en la cama.

    – Ahora ya no va a estar con nosotros; pero imagínate que él va a ser una lucecita que siempre va a estar cerca de ti, y siempre te va a cuidar aunque no lo veas.
    – Y, ¿Qué se siente estar muerto? Él lo sabe todo pero ya no quiere hablarme.

    Bueno hijito – tu abuelito sabía muchas cosas y por eso te contaba cuentos y te explicaba todo lo que no entendías y…

    El te quería mucho hijito… y cuando seas grande lo vas a entender.
    -¿por qué cuando sea grande?

    .Porque antes debes crecer y conocer muchas cosas, vivir, y cuando ya no tengas más por conocer te puedas ir a buscar que es la muerte

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